Volver a la normalidad

Volver a la normalidad

Ideas apocalípticas nos invaden y teorías conspiracionales rigen las conversaciones. Ya antes hemos pensado que ESTE es el fin del mundo. Las ideas fatalistas se anidan cuando encuentran un espacio de inseguridad. Nuestro cerebro responde de manera exagerada ante la incertidumbre, y nos llena con hipótesis que, más que ayudar, nos generan ansiedad.

La realidad es que las pandemias siempre han existido, cada siglo alguna ha terminado con un porcentaje de la población. Esta vez, la tecnología es nuestra desventaja. La capacidad de desplazamiento y, por ende, de dispersión, es mucho más rápida y en mayores cantidades.

Todo este panorama nos obliga a cuestionarnos si será posible volver a la normalidad. Y, sobre todo, cuándo lo haremos. ¿Cuándo se reestablecerá la rutina, la economía? ¿y la libertad? La mayoría de las personas enfrentan crisis económicas que podrían resultar fatales, y repercuten a su alrededor casi como el mismo virus. Algunos sistemas colapsan, puesto que los extremos se instauran ante la crisis. El equilibrio social es irrumpido por ideologías radicales que nos obligan a elegir.

Sentimos que nunca más vamos a hacer la cosas que antes disfrutábamos, “cuando todo era normal”. No se trata de lo lejanas que nos quedan desde hace unos meses para atrás, sino que la incertidumbre que las coloca inalcanzables en el futuro. Vivimos cubiertos por cubrebocas que nos impiden ver nuestros rostros sin dejarnos demostrar quienes somos. Los guantes en las manos nos aíslan del mundo sensorial, nos impiden conectarnos con lo que tocamos. Nuestros medios de comunicación con el entorno están fisurados. Parecemos copias unos de los otros, todos nos vemos iguales, y sentimos las mismas ganas de alejarnos de los demás. Nos hemos convertido en seres sin rostro, sin sensaciones, sin tacto. Nos estamos estamos despojando de nuestra individualidad. Deshumánizandonos.

Hoy, el problema sería querer volver a la normalidad. Nuestro “normal” es hoy, lo que tenemos en este momento. Ya no se trata de pasar una pandemia mundial para volver al ayer, sino de interpretarla como una etapa de cambio. Esta no es la normalidad que queremos, dejemos de insistir en hacer lo mismo que hacíamos hacer dos meses. Reconocer que el enemigo invisible, del que no podemos vengarnos, tiene un alcance sin límite. No volvamos a la normalidad. Retomemos, mejor, la humanidad. Seamos seres flexibles capaces de adaptarnos a los nuevos retos que esta transición implica, y creemos una nueva “normalidad”. 

“Se de una revolución universal, que solamente exige que el hombre ensalce sus propios valores, y se convierta en el dominador, en vez de ser la víctima del ambiente que él mismo ha creado” María Montessori, 1949

Definir un objetivo… o cuando el objetivo nos define

Definir un objetivo… o cuando el objetivo nos define

La cotidianidad ha cambiado: Las calles están vacías. Pocas personas se atreven a salir, y están protegidos por guantes, cubre bocas y caretas. El ambiente huele a alcohol en gel, y nadie se atreve a interactuar con otros. Esperamos volver a la “normalidad” (¿cuál normalidad? nunca hubo algo así), minimizando los efectos permanentes que esta pandemia puede traer.

¿A qué ha venido el virus? Si nos atrevemos a profundizar y dotar de significado nuestra realidad, podremos entender algunos fenómenos que se están desarrollando. Estamos “obligados” a pasar una gran cantidad de tiempo frente a las pantallas, pronto empezará a desistir parte de la población que asistía al gimnasio y ahora trata de mantener su condición desde casa. El refrigerador es la puerta que más seguido abrimos, y hemos modificado nuestros horarios de sueño. Los medios y la responsabilidad social nos ruegan que nos quedemos en casa, que nos aislemos y resolvamos todo a través de los dispositivos con los cuales “tratábamos” de limitar nuestra compañía. Bueno, finalmente lo tenemos: tiempo infinito para desperdiciar en Internet con contenido irreverente. La sobredosis de electrónicos nos hará evolucionar como seres encorvados, con ojos saltones y dedos incapaces de deshacer un nudo, sólo para typear. Seremos personas sedentarias, con respiración entrecortada y nos desenvolveremos torpemente “en vivo” con otros. Olvidaremos lo que es modelar nuestro comportamiento porque estamos con más gente. Dejaremos de lado todo lo que nos convierte en seres humanos y nos arraigaremos a lo que nos robotiza aislándonos de los demás.

Tal vez esto sea parte del plan del destino, del calentamiento global, el calendario maya o cualquier fe que profesemos: el mundo se va a acabar. Pero es preciso añadir a esa frase “como lo conocemos”. El mundo, como lo hemos conocido hasta hoy, tiene que acabarse. No es posible que nos convirtamos en el instrumento de la tecnología, recordemos que es ésta la que está a nuestro servicio y no a la inversa. Si no nos atrevemos a cambiar el cause de la corriente al que esta pandemia nos ha acorralado, olvidaremos lo que es ser humano. Tal vez esto sea un piloto del futuro que nos demuestra a nivel mundial que podríamos llegar a ser obsoletos. Es la suma de la evolución tecnológica junto con la debilidad humana que podría transformarnos. Dichosos aquellos que puedan sentir el sol en su piel, que puedan darle la mano a alguien o que todavía recuerdan el olores, pesos y texturas. Si bien aún no hemos descubierto por qué está esta pandemia aquí, no podemos permitir que su objetivo nos defina. Retomemos nuestra calidad irremplazable como humanidad para fijar nosotros el objetivo de nuestra vida.

“Temo el día en la tecnología sobrepase nuestra humanidad; el mundo sólo tendrá una generación de idiotas” Albert Einstein