por Miriam | 8 Abr, 2020 | Blog
Parte de llevar una rutina a cabo implica sentirnos productivos, eficientes y útiles: Realizar exitosamente un trabajo por el cual que recibamos un pago nos hace sentir valiosos. Acompletar las actividades extracurriculares de los hijos, nos permite saber que les estamos dando un desarrollo integral. Reír en una cena con los amigos nos demuestra que ocupamos un lugar irremplazable en nuestro círculo social, que le importamos a alguien. Cada una de estas actividades nos consolida como personas, nos recuerda los diferentes roles que jugamos y nos permite construirnos. Hacer un alto sin previo aviso a todas estas actividades puede cambiar nuestra autopercepeción… y con ello disminuir nuestra sensación de autoestima.
Estar ocupados durante el día nos hace evadir nuestras emociones en cierta medida, de manera que las dejamos fluir sin confrontarlas. Dejar a un lado el ajetreo y los horarios nos da tiempo de adentrarnos en nuestro ser. Así, tenemos oportunidad de observar más detenidamente y con mayor profundidad todo lo que se sacude en nuestra persona…. Aunque no estemos preparados.
El ambiente que se siente tenso e incierto -casi apocalíptico-, tener que convivir con nosotros sin distracciones, y la falta de rutina “normal”, suman la ecuación perfecta para resultar en una depresión. Es ahora el momento para usar nuestros recursos emocionales y psíquicos de manera que no nos desplomemos. Todas las fortalezas que hemos construido es ahora cuando debemos apoyarnos en ellas. Si siempre hacíamos ejercicio temprano, ahora no es el momento de parar. Si nuestros hijos solían estudiar por las mañanas, no es hoy el día para detenerlos. Es el momento exacto de ajustar nuestra rutina con las herramientas que nos han fortalecido y utilizar nuestros “ahorros” emocionales para salir adelante. No construyamos una depresión, reconstruyamos nuestro presente con la misma calidad que veíamos un futuro concreto.
por Miriam | 7 Abr, 2020 | Blog
Reconocer que vivimos en un país en el que podemos elegir en qué trabajar, con quién casarnos y a qué círculo social pertenecer se ha convertido en una obligación, en una cuestión de derechos humanos. Decidir cuándo ir al cine, dónde hacer una reunión o si deseamos caminar en la calle, poco a poco se ha transformado en recuerdos distantes, que inocentemente esperamos revivir con prontitud.
Sabemos que poseemos libertad, que somos seres relativamente independientes y autodeterminados. La constitución nacional nos alienta a elegir una cotidianidad según nuestras convicciones y necesidades, permitiéndonos tener cierta calidad de vida. Pero, ¿qué pasa cuando nuestra movilidad se ve afectada por una enfermedad que aún no padecemos? Cuando el objetivo es mantener nuestra salud y proteger a la comunidad, cuando las normas sociales e incluso las leyes políticas cambian, ¿continuamos siendo libres?
Para Nelson Mandela, ser libre no es sólo romper las cadenas propias, sino vivir respetando y mejorando la libertad de los demás. Es decir, que atendiendo el deber comunitario ejercemos nuestra libertad. Bob Dylan complementa esta idea nombrando “Héroe” a la persona que entiende la responsabilidad que conlleva el no tener ataduras. Entonces, podemos comprender la libertad como un compromiso con el otro en medida de nuestra propia supervivencia. El contagio masivo se ha vestido de responsabilidad social, sin estar necesariamente relacionado con las leyes nacionales ni con una cuestión de opresión, sino con la intención de avocarnos a nuestras propias elecciones.
El filósofo Voltaire pensó que la libertad deviene de uno, y que el hombre es libre en el momento que desee serlo… ¿será cierto? ¿aunque no continuar con nuestra rutina? Albert Camus, a través de su pensamiento existencialista, señala que la libertad no es más que la oportunidad de ser mejor persona. No tener limitaciones puede construirnos como seres humanos. Finalmente y apelando a la libertad, José Martí dice que el primer deber de un hombre es pensar por sí mismo. Quizás sea pensarse a sí mismo, por que en medida que se reconoce, es. Entonces, si reunimos estas ideas podemos entender que la libertad no existe a partir de las normas, de la falta de cadenas o de la voluntad, sino más bien desde el interior. De tener la opción de pensarnos como seres humanos capaces de mejorarnos y aportar a la sociedad. De tener el deber de ver hacia nuestro interior y encontrar ahí la libertad.
por Miriam | 30 Mar, 2020 | Blog
Imprevistos, contratiempos y eventos no planeados son solo algunas de ejemplos que nos hacen perder el control de nuestra rutina, pero que de una u otra manera debemos afrontar. Cada uno de estos eventos nos genera diferentes emociones, generalmente frustración o cambios de humor, y en la mayoría de los casos hay denominador común: la ansiedad.
De acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española, se define como un estado de agitación o inquietud en el ánimo, traducida en angustia que no permite encontrar alivio. Y según las experiencias de las personas, es una sensación incómoda que nos impide funcionar adecuadamente debido a la sudoración, palpitaciones y pensamientos recurrentes (muchas veces fatalistas) que acarrea.
La ansiedad es una respuesta involuntaria que se desencadena de manera neurológica, fisiológica y psicológica ante los situaciones que nos estresan. Estos estímulos pueden ser imaginarios, como pensar en “hubieras” que nos angustien o hipótesis fatalistas; o también pueden ser desencadenados por hechos reales, como el tráfico o una crisis laboral. Si bien no existe una única manera de disparar la ansiedad, es muy fácil que se incremente y nos impida tener claridad.
En otras ocasiones la tenemos latente, aún no ha sido dirigida a un evento o a un pensamiento específico, pero hay algo en nuestro interior que nos inquieta. Entonces es cuando empezamos a buscar distractores, a veces en el refrigerador, a veces en el celular, que anestesien estos pequeños disparos de ansiedad. Incluso, es común confundirla con el aburrimiento o el ocio. Cuando tenemos el espacio para contactarnos con nosotros mismos, puede surgir de manera inesperada, ya que no siempre es fácil adentrarse en el interior y re-conocer aspectos ocultos de nosotros.
Lo que siempre resulta útil es identificar qué la dispara y hacer consciencia de lo que sentimos, de manera que dimensionemos el evento de la reacción. Así evitaremos conductas exageradas. Una clave efectiva es detener el pensamiento que nos inquieta y cuestionarnos si realmente es posible que ocurra. Después de responder “sí”, preguntémonos si es probable que eso pase: con ello le daremos cabida a la racionalidad que tendrá la función de disminuir radicalmente la ansiedad. Otro método efectivo es aprender técnicas de respiración que estén enfocadas en el presente, de manera que le restan atención a las sensaciones que nos inquietan.
por Miriam | 12 Mar, 2020 | Blog
Dirigirnos cara a cara con nuestro interlocutor no es la única opción para expresar lo que sentimos: también tenemos la alternativa del intercambio de información a través de Internet. El correo electrónico, los chats, las redes sociales y las cámaras web son medio capaces de hacernos sentir la cercanía con quienes nos rodean.
Gracias a los avance tecnológicos la distancia se ha acortado, las relaciones se han transformado, incluso en la ámbito emocional. Podemos constatarlo en la búsqueda de pareja, amigos o empleo. Nuestra vida también transcurre en el medio cibernético, no es un evento apartado de nuestra cotidianeidad, y no podemos dejar de lado nuestro bienestar. La realidad humana ocurre antes y después de la existencia de Internet, y es momento de convertirnos en parte de esta evolución.
Chefs, abogados, diseñadores, escritores y otros profesionales han logrado adaptarse a esta forma de comunicación, y ello no excluye a los psicoterapeutas. Si nos vamos de viaje, vivimos lejos de nuestro psicólogo o nos hace falta tiempo, los kilómetros que nos separan no son argumento válido para suspender la terapia. La sociedad actual nos ha llevado a buscar nuevas alternativas para sanarnos, pero debe estar seguros de tratar con alguien capacitado para apoyarnos.
Con el ritmo acelerado del mundo en el que vivimos, no sólo se reduce la posibilidad de asistir personalmente a una sesión terapéutica, sino que el tráfico y la demanda laboral aumentan el riesgo de padecer estrés, ansiedad, depresión y un sinfín de afecciones emocionales y psicológicas que necesitan ser tratadas. Incluso, las terapias en línea pueden ser una respuesta para las personas que son muy tímidas o se sienten avergonzadas al iniciar un tratamiento.
La relación entre el paciente y el terapeuta se da con la misma efectividad que en una terapia presencial: el psicólogo guía al paciente a descubrir sus herramientas internas que lo lleven a una independencia emocional. Ahora es el momento adecuado para empezar a explorar alternativas que nos lleven a la salud. Siempre es el tiempo para empezar a amarnos y fortalecernos.