¿Los celos son amor?

¿Los celos son amor?

Este sentimiento no es exclusivo de algunas personas, de alguna manera todos hemos sido víctimas de conductas que rebasan la normalidad provocadas por los celos: revisar los documentos de otras personas, espiar el celular de la pareja o incluso tener peleas ocasionadas por los mismos. Quienes sienten celos, sufren este estado que oscila entre la ansiedad y el enojo, y que muchas veces puede hacerles perder el control. Suelen desconfiar de la inocencia del otro, incluso si no tienen ninguna evidencia, sospechan de cualquier movimiento y se les dificulta derrocar las ideas que ya se han creado en su mente. Y no disfrutan ninguna de estas instancias: los celos los rebasan. Una pareja no es la única relación que puede lastimarse por este sentimiento, también afectan interacciones familiares o amistosas. Nadie se salva de sentir celos ni de ser celado.

En un nivel más profundo, expresan miedo por perder a la persona amada, y van de la mano de una dificultada para demostrarlo asertivamente, de manera que en la mayoría de los casos pueden terminar manipulando, lastimando o discutiendo con la persona en cuestión. Ante los celos, es necesario distinguir la preocupación genuina de un pensamiento patológico y obsesivo. Los persona que siente celos, también denota baja autoestima, porque da a entender que no se siente suficientemente valioso para el otro como para ser permanecer junto a la otra persona. Por ello, la inseguridad en uno mismo genera la necesidad de controlar al otro, seguros de que podríamos perderlos porque no somos merecedores de su compañía. Y muchas veces, se organiza una dinámica viciosa en la que la otra persona interpreta los celos como mensajes “amorosos” que los confunden y les impiden ver con claridad que han perdido parte de su libertad.

La cura inicia cuando la persona que padece los celos empieza a dudar de la salud de su comportamiento, y es capaz de admitir que lo desestabiliza. Ante esta situación, es necesario encontrar el origen de los celos con la ayuda de un psicólogo para saber cómo canalizarlos adecuadamente. Además, es muy importante identificar qué dispara los celos, asó como la intensidad y frecuencia para reconocerlos como una enfermedad. La comunicación y la confianza en la otra persona es fundamental para poder sobrellevar una relación. Al reconocer que el problema se desprende de uno mismo y no del comportamiento del otro, así como saberse merecedores de afecto dirige al dominio de este sentimiento.

La función del enojo

La función del enojo

La manera en la que interpretamos los eventos cotidianos (y también los que no son siempre tan mundanos), nos despiertan distintas emociones y, con ellas, diversas reacciones. El enojo se presenta en la mayoría de los casos, en ocasiones ocultando otro sentimiento, de pronto haciéndonos perder el control y siempre encontrando la manera de desestabilizarnos. Hay muchos motivos por los que podemos perder los estribos, y oscilan de lo más simple a lo más complejo. Por supuesto que la lista es infinita, y es común que a muchas personas se les dispare el enojo por las mismas razones; como por ejemplo el tráfico, toparse con una fila larga, la demora de algo que esperábamos o que alguien no entienda lo que queremos decir.

Pero sentirnos exasperados tiene un objetivo: indicarnos que no estamos de acuerdo. Nos devela las injusticias y nos señala que debemos actuar para remediarlo. Por eso el disgusto tiene un lugar fundamental en nuestra formación como seres humanos, ya que nos permite defender nuestras ideas y protegernos de ser abusados.

Cuando el enojo surge provoca una respuesta similar al estrés: reduce la temperatura corporal, aumenta la adrenalina y nuestra concentración se enfoca en un solo objetivo. Nuestros antepasados (hace miles de años) requerían de estas funciones corporales ya que no sabían cómo manejar sus emociones, y eran víctimas de sus impulsos. Por ende, debían estar preparados para atacar o defenderse de amenazas externas. Aunque la civilización ha evolucionado, la respuesta primitiva continua vigente, pero tenemos una ventaja con respecto a nuestros antepasados: la inteligencia emocional. Con esta habilidad somos capaces de regular nuestras emociones, lo que nos permite comprender la raíz de nuestro enojo y también canalizar adecuadamente nuestros impulsos.

Lo que sí es cierto, es que muchas veces no somos capaces de distinguir nuestras propias emociones o qué las desencadenó, convirtiendo una situación de enojo en ira o en un episodio exagerado que podría traer consecuencias muy dañinas para uno mismo y para el entorno. Si el enojo es recurrente, si nos hace perder el control o si sentimos que no podemos controlarlo, es momento de visitar un psicólogo especialista. Afortunadamente existen expertos capaces de ayudarnos a comprender nuestro comportamiento.