Tres estrategias para detener la ansiedad

Tres estrategias para detener la ansiedad

Existen diferentes personalidades que están determinadas por características predominantes. Para algunos la ansiedad es un eje, pero ello no exenta a nadie de padecerla. Sentir inquietud, tener pensamientos incómodos recurrentes y reacciones fisiológicas de las que no entendemos su origen es algo que a todos nos ha pasado. Hay varias circunstancias que detonan estos episodios, entre ellas las que salen de nuestro control, como un desastre natural, una crisis económica o una pandemia. Si bien se manifiesta en muchas formas, estas son algunos signos con los que podemos reconocerla:

  • Pensamientos fatalistas
  • Ideas recurrentes
  • Reacciones fisiológicas
  • Sudoración, taquicardia y sensación de que falta la respiración
  • Incapacidad para concentrarse

Lo complicado es que una vez iniciado el episodio es muy difícil detenerlo, de hecho se alimenta a sí mismo, agravándose. Lo más importante es comprender que la ansiedad no mata, aunque nos haga sentir que podría hacerlo. La buena noticia es que existen estrategias simples que, si no detienen por completo la crisis, al menos la atenúan.

Respiración

Al controlar nuestras inhalaciones y exhalaciones podemos disminuir la respuesta corporal que provoca la ansiedad. Asimismo, al concentrarnos en respirar pausamos los pensamientos que tanto nos inquietan, sincronizando los signos de nuestro cuerpo. Una manera de hacerlo es cerrando los ojos y centrando toda nuestra atención en la respiración. Luego, inhalar durante 4 segundos por la nariz, sostener el aire un segundo y luego exhalar por la boca en 4 segundos, manteniendo el aliento un segundo más antes de empezar otro ciclo. Al repetir este ciclo de 4-1-4-1 al menos 6 veces, será posible sentir cómo los pensamientos se disipan, y las respuestas fisiológicas vuelven a la normalidad.

Pensamiento

A todos nos llegan ideas nocivas para nuestro funcionamiento. Algunas son ligeramente destructivas, mientras que otras son apocalípticas y exageradas, pero que en su momento tienen sentido. Cuando exista una idea inquietante hay dos preguntas que podemos hacernos para volver a contactar con la realidad: ¿es posible? ¿es probable? Por ejemplo, supongamos que la idea recurrente es que un tigre vendrá a atacarnos. ¿Es posible que un tigre nos ataque? Bueno, pues la posibilidad existe. Pero, ¿es probable? Pues quizás no, porque estamos en la ciudad donde los tigres no habitan. Además, ¿por qué provocaríamos a un tigre?

Aceptación

Una vez que los signos fisiológicos están regulados y los pensamientos no son tan dramáticos, estamos listos para enfrentar el miedo y, con ayuda profesional, la raíz de estos ataques. Negar su existencia sólo va a incrementar la frecuencia y la intensidad de los momentos incómodos. Entender el peor escenario y por qué nos angustia tanto es una manera de neutralizar el pánico que nos atormenta. Todas estas emociones son parte de nosotros, aceptémoslas.

¡Pero qué ansiedad!

¡Pero qué ansiedad!

Imprevistos, contratiempos y eventos no planeados son solo algunas de ejemplos que nos hacen perder el control de nuestra rutina, pero que de una u otra manera debemos afrontar. Cada uno de estos eventos nos genera diferentes emociones, generalmente frustración o cambios de humor, y en la mayoría de los casos hay denominador común: la ansiedad.

De acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española, se define como un estado de agitación o inquietud en el ánimo, traducida en angustia que no permite encontrar alivio. Y según las experiencias de las personas, es una sensación incómoda que nos impide funcionar adecuadamente debido a la sudoración, palpitaciones y pensamientos recurrentes (muchas veces fatalistas) que acarrea.

La ansiedad es una respuesta involuntaria que se desencadena de manera neurológica, fisiológica y psicológica ante los situaciones que nos estresan. Estos estímulos pueden ser imaginarios, como pensar en “hubieras” que nos angustien o hipótesis fatalistas; o también pueden ser desencadenados por hechos reales, como el tráfico o una crisis laboral. Si bien no existe una única manera de disparar la ansiedad, es muy fácil que se incremente y nos impida tener claridad.

En otras ocasiones la tenemos latente, aún no ha sido dirigida a un evento o a un pensamiento específico, pero hay algo en nuestro interior que nos inquieta. Entonces es cuando empezamos a buscar distractores, a veces en el refrigerador, a veces en el celular, que anestesien estos pequeños disparos de ansiedad. Incluso, es común confundirla con el aburrimiento o el ocio. Cuando tenemos el espacio para contactarnos con nosotros mismos, puede surgir de manera inesperada, ya que no siempre es fácil adentrarse en el interior y re-conocer aspectos ocultos de nosotros.

Lo que siempre resulta útil es identificar qué la dispara y hacer consciencia de lo que sentimos, de manera que dimensionemos el evento de la reacción. Así evitaremos conductas exageradas. Una clave efectiva es detener el pensamiento que nos inquieta y cuestionarnos si realmente es posible que ocurra. Después de responder “sí”, preguntémonos si es probable que eso pase: con ello le daremos cabida a la racionalidad que tendrá la función de disminuir radicalmente la ansiedad. Otro método efectivo es aprender técnicas de respiración que estén enfocadas en el presente, de manera que le restan atención a las sensaciones que nos inquietan.