Tres estrategias para detener la ansiedad

Tres estrategias para detener la ansiedad

Existen diferentes personalidades que están determinadas por características predominantes. Para algunos la ansiedad es un eje, pero ello no exenta a nadie de padecerla. Sentir inquietud, tener pensamientos incómodos recurrentes y reacciones fisiológicas de las que no entendemos su origen es algo que a todos nos ha pasado. Hay varias circunstancias que detonan estos episodios, entre ellas las que salen de nuestro control, como un desastre natural, una crisis económica o una pandemia. Si bien se manifiesta en muchas formas, estas son algunos signos con los que podemos reconocerla:

  • Pensamientos fatalistas
  • Ideas recurrentes
  • Reacciones fisiológicas
  • Sudoración, taquicardia y sensación de que falta la respiración
  • Incapacidad para concentrarse

Lo complicado es que una vez iniciado el episodio es muy difícil detenerlo, de hecho se alimenta a sí mismo, agravándose. Lo más importante es comprender que la ansiedad no mata, aunque nos haga sentir que podría hacerlo. La buena noticia es que existen estrategias simples que, si no detienen por completo la crisis, al menos la atenúan.

Respiración

Al controlar nuestras inhalaciones y exhalaciones podemos disminuir la respuesta corporal que provoca la ansiedad. Asimismo, al concentrarnos en respirar pausamos los pensamientos que tanto nos inquietan, sincronizando los signos de nuestro cuerpo. Una manera de hacerlo es cerrando los ojos y centrando toda nuestra atención en la respiración. Luego, inhalar durante 4 segundos por la nariz, sostener el aire un segundo y luego exhalar por la boca en 4 segundos, manteniendo el aliento un segundo más antes de empezar otro ciclo. Al repetir este ciclo de 4-1-4-1 al menos 6 veces, será posible sentir cómo los pensamientos se disipan, y las respuestas fisiológicas vuelven a la normalidad.

Pensamiento

A todos nos llegan ideas nocivas para nuestro funcionamiento. Algunas son ligeramente destructivas, mientras que otras son apocalípticas y exageradas, pero que en su momento tienen sentido. Cuando exista una idea inquietante hay dos preguntas que podemos hacernos para volver a contactar con la realidad: ¿es posible? ¿es probable? Por ejemplo, supongamos que la idea recurrente es que un tigre vendrá a atacarnos. ¿Es posible que un tigre nos ataque? Bueno, pues la posibilidad existe. Pero, ¿es probable? Pues quizás no, porque estamos en la ciudad donde los tigres no habitan. Además, ¿por qué provocaríamos a un tigre?

Aceptación

Una vez que los signos fisiológicos están regulados y los pensamientos no son tan dramáticos, estamos listos para enfrentar el miedo y, con ayuda profesional, la raíz de estos ataques. Negar su existencia sólo va a incrementar la frecuencia y la intensidad de los momentos incómodos. Entender el peor escenario y por qué nos angustia tanto es una manera de neutralizar el pánico que nos atormenta. Todas estas emociones son parte de nosotros, aceptémoslas.

Ser resilientes

Ser resilientes

Oprah Winfrey sufrió durante su infancia de abuso, maltrato y carencias. Hoy es una de las personas más respetadas en el mundo: Posee empresas de millones de dólares y es reconocida como una de las mujeres filántropas más influyentes. No sólo eso, también busca la manera de ofrecer recursos a la sociedad -en todos los niveles- para vencer barreras y enseñarles a tener una vida satisfactoria. Su dolorosa historia le ofreció herramientas para salir adelante, incluso más alto que la mayoría de la población mundial.

Nelson Mandela, antes de convertirse en presidente de Sudáfrica, estuvo preso por más de 25 años sometido a argumentos equivocados, siendo víctima de la injusticia del sistema penal. Al retomar su libertad, no sólo se convirtió en el dirigente más emblemático de su país, sino que demostró ser un digno embajador de los derechos humanos. Hoy gozamos de los privilegios por los que él lucho de manera pacífica sólo por nuestra condición de seres humanos.

J.K. Rowling tiene pocos recuerdos felices de su infancia y adolescencia. Múltiples cambios de residencia y la enfermedad de su madre, la orillaron a permanecer con una pareja que abusaba de ella. Se sentía, literalmente, un fracaso. Después del éxito que tuvo con los libros de Harry Potter (y sus respectivas películas y secuelas), se convirtió en billonaria; estatus al que renunció al donar gran parte de su fortuna a la caridad.

Si bien la habilidad de ser resilientes se le suele festejar exclusivamente a personas que son reconocidas a nivel internacional, es cierto que todos poseemos esa capacidad. Ni es necesario tener un renombre mundial, ni sobrevivir situaciones extremas para demostrar nuestra capacidad de salir adelante y vencer obstáculos. El resultado se demuestra de acuerdo con nuestra interpretación de los eventos: para algunos una ruptura amorosa puede ser devastadora, para otros un desastre natural y para todos una crisis económica. El impacto que tenga cada experiencia en nuestra historia y cómo la vivamos puede proveernos el impulso para salir adelante. La resiliencia es, más que una destreza, una necesidad de adaptarse y aprovechar la adversidad para crear ventajas. Ser resilientes no implica negar que existe un problema o los sentimientos que lo acompañan como miedo, tristeza o ansiedad; sino saber que existe luz al atravesar este camino tan complicado/empinado/incómodo/ doloroso. Es una cuestión de elección.

Definir un objetivo… o cuando el objetivo nos define

Definir un objetivo… o cuando el objetivo nos define

La cotidianidad ha cambiado: Las calles están vacías. Pocas personas se atreven a salir, y están protegidos por guantes, cubre bocas y caretas. El ambiente huele a alcohol en gel, y nadie se atreve a interactuar con otros. Esperamos volver a la “normalidad” (¿cuál normalidad? nunca hubo algo así), minimizando los efectos permanentes que esta pandemia puede traer.

¿A qué ha venido el virus? Si nos atrevemos a profundizar y dotar de significado nuestra realidad, podremos entender algunos fenómenos que se están desarrollando. Estamos “obligados” a pasar una gran cantidad de tiempo frente a las pantallas, pronto empezará a desistir parte de la población que asistía al gimnasio y ahora trata de mantener su condición desde casa. El refrigerador es la puerta que más seguido abrimos, y hemos modificado nuestros horarios de sueño. Los medios y la responsabilidad social nos ruegan que nos quedemos en casa, que nos aislemos y resolvamos todo a través de los dispositivos con los cuales “tratábamos” de limitar nuestra compañía. Bueno, finalmente lo tenemos: tiempo infinito para desperdiciar en Internet con contenido irreverente. La sobredosis de electrónicos nos hará evolucionar como seres encorvados, con ojos saltones y dedos incapaces de deshacer un nudo, sólo para typear. Seremos personas sedentarias, con respiración entrecortada y nos desenvolveremos torpemente “en vivo” con otros. Olvidaremos lo que es modelar nuestro comportamiento porque estamos con más gente. Dejaremos de lado todo lo que nos convierte en seres humanos y nos arraigaremos a lo que nos robotiza aislándonos de los demás.

Tal vez esto sea parte del plan del destino, del calentamiento global, el calendario maya o cualquier fe que profesemos: el mundo se va a acabar. Pero es preciso añadir a esa frase “como lo conocemos”. El mundo, como lo hemos conocido hasta hoy, tiene que acabarse. No es posible que nos convirtamos en el instrumento de la tecnología, recordemos que es ésta la que está a nuestro servicio y no a la inversa. Si no nos atrevemos a cambiar el cause de la corriente al que esta pandemia nos ha acorralado, olvidaremos lo que es ser humano. Tal vez esto sea un piloto del futuro que nos demuestra a nivel mundial que podríamos llegar a ser obsoletos. Es la suma de la evolución tecnológica junto con la debilidad humana que podría transformarnos. Dichosos aquellos que puedan sentir el sol en su piel, que puedan darle la mano a alguien o que todavía recuerdan el olores, pesos y texturas. Si bien aún no hemos descubierto por qué está esta pandemia aquí, no podemos permitir que su objetivo nos defina. Retomemos nuestra calidad irremplazable como humanidad para fijar nosotros el objetivo de nuestra vida.

“Temo el día en la tecnología sobrepase nuestra humanidad; el mundo sólo tendrá una generación de idiotas” Albert Einstein

Cómo construir una depresión…

Cómo construir una depresión…

Parte de llevar una rutina a cabo implica sentirnos productivos, eficientes y útiles: Realizar exitosamente un trabajo por el cual que recibamos un pago nos hace sentir valiosos. Acompletar las actividades extracurriculares de los hijos, nos permite saber que les estamos dando un desarrollo integral. Reír en una cena con los amigos nos demuestra que ocupamos un lugar irremplazable en nuestro círculo social, que le importamos a alguien. Cada una de estas actividades nos consolida como personas, nos recuerda los diferentes roles que jugamos y nos permite construirnos. Hacer un alto sin previo aviso a todas estas actividades puede cambiar nuestra autopercepeción… y con ello disminuir nuestra sensación de autoestima.

Estar ocupados durante el día nos hace evadir nuestras emociones en cierta medida, de manera que las dejamos fluir sin confrontarlas. Dejar a un lado el ajetreo y los horarios nos da tiempo de adentrarnos en nuestro ser. Así, tenemos oportunidad de observar más detenidamente y con mayor profundidad todo lo que se sacude en nuestra persona…. Aunque no estemos preparados.

El ambiente que se siente tenso e incierto -casi apocalíptico-, tener que convivir con nosotros sin distracciones, y la falta de rutina “normal”, suman la ecuación perfecta para resultar en una depresión. Es ahora el momento para usar nuestros recursos emocionales y psíquicos de manera que no nos desplomemos. Todas las fortalezas que hemos construido es ahora cuando debemos apoyarnos en ellas. Si siempre hacíamos ejercicio temprano, ahora no es el momento de parar. Si nuestros hijos solían estudiar por las mañanas, no es hoy el día para detenerlos. Es el momento exacto de ajustar nuestra rutina con las herramientas que nos han fortalecido y utilizar nuestros “ahorros” emocionales para salir adelante. No construyamos una depresión, reconstruyamos nuestro presente con la misma calidad que veíamos un futuro concreto.

A propósito de la libertad

A propósito de la libertad

Reconocer que vivimos en un país en el que podemos elegir en qué trabajar, con quién casarnos y a qué círculo social pertenecer se ha convertido en una obligación, en una cuestión de derechos humanos. Decidir cuándo ir al cine, dónde hacer una reunión o si deseamos caminar en la calle, poco a poco se ha transformado en recuerdos distantes, que inocentemente esperamos revivir con prontitud.

Sabemos que poseemos libertad, que somos seres relativamente independientes y autodeterminados. La constitución nacional nos alienta a elegir una cotidianidad según nuestras convicciones y necesidades, permitiéndonos tener cierta calidad de vida. Pero, ¿qué pasa cuando nuestra movilidad se ve afectada por una enfermedad que aún no padecemos? Cuando el objetivo es mantener nuestra salud y proteger a la comunidad, cuando las normas sociales e incluso las leyes políticas cambian, ¿continuamos siendo libres?

Para Nelson Mandela, ser libre no es sólo romper las cadenas propias, sino vivir respetando y mejorando la libertad de los demás. Es decir, que atendiendo el deber comunitario ejercemos nuestra libertad. Bob Dylan complementa esta idea nombrando “Héroe” a la persona que entiende la responsabilidad que conlleva el no tener ataduras. Entonces, podemos comprender la libertad como un compromiso con el otro en medida de nuestra propia supervivencia. El contagio masivo se ha vestido de responsabilidad social, sin estar necesariamente relacionado con las leyes nacionales ni con una cuestión de opresión, sino con la intención de avocarnos a nuestras propias elecciones.

El filósofo Voltaire pensó que la libertad deviene de uno, y que el hombre es libre en el momento que desee serlo… ¿será cierto? ¿aunque no continuar con nuestra rutina? Albert Camus, a través de su pensamiento existencialista, señala que la libertad no es más que la oportunidad de ser mejor persona. No tener limitaciones puede construirnos como seres humanos. Finalmente y apelando a la libertad, José Martí dice que el primer deber de un hombre es pensar por sí mismo. Quizás sea pensarse a sí mismo, por que en medida que se reconoce, es. Entonces, si reunimos estas ideas podemos entender que la libertad no existe a partir de las normas, de la falta de cadenas o de la voluntad, sino más bien desde el interior. De tener la opción de pensarnos como seres humanos capaces de mejorarnos y aportar a la sociedad. De tener el deber de ver hacia nuestro interior y encontrar ahí la libertad.

Sobrevivir la crisis económica

Sobrevivir la crisis económica

Cada persona necesita dinero para vivir. Sin excepción. Diversas circunstancias nos han obligado en una y otra ocasión a cambiar de trabajo, a duplicar el ingreso aumentando la carga de labores o a reducir los pequeños, e incluso gastos acostumbrados. Algunas crisis dañan empresas específicas, generando una reacción en cadena que afecta más negocios a su alcance. Pero hay casos en los que la ruptura del comercio es tan profunda que exige una transformación desde los cimientos hacia el resto de la estructura. Y eso genera incertidumbre. Y frustración. Y miedo. Y entonces nos convertimos en un cúmulo de emociones tormentosas, incapaces de dirigirnos asertivamente para mantener a nuestras familias a flote.

Como resultado, obtenemos la posibilidad de replantearnos todo el sistema. No será rápido, y tampoco será fácil, pero será la oportunidad de tener una economía libre y comunidades fortalecidas que honren la dignidad de cada persona compensando sus esfuerzos con justicia y construyendo la solidaridad entre los ciudadanos, como dice el ex-político Paul Ryan.

Cuando el mayor porcentaje de la economía mundial cae en picada y no tienen la más remota idea de si podrán levantarse o será una caída definitiva, una pequeña cantidad de empresas se levantan. En el lugar de enfocarnos en las pérdidas, levantemos la vista hacia aquellas que han despegado. Probablemente toda esta crisis ha venido a comprobarnos que el mundo va a cambiar, y si lo que mueve al mundo es el dinero, es ahí por dónde empezar. Si bien uno sólo de nosotros no es capaz de amortiguar la caída internacional de los valores, puede hacerse responsable por sus propios bolsillos, considerando el bienestar comunitario. Así que retomemos el camino, juntemos las fuerzas que quedan para decidir con inteligencia sobre lo que tenemos, y elegir dónde depositar nuestros esfuerzos para el futuro. Que esto aún no se acaba.

La economía frecuentemente no tiene nada que ver con la cantidad de dinero que se gasta, sino con la sabiduría que utilizamos para hacerlo. Henry Ford

La belleza hoy

La belleza hoy

Llevar una rutina que exhibe los mejores rasgos de uno mismo antes de salir de casa es algo que todos hacemos. Para algunos, son sagrados rituales sumamente detallados, para otros son meras necesidades de higiene, y para muchos implica la necesidad de verse agradable para las personas con las que convive. Lo que usamos y cómo nos gusta vestirnos señala lo que queremos proyectarle al entorno. La atención que ponemos a nuestra imagen revela cómo queremos ser vistos por los demás. De hecho, la identidad se expresa en los zapatos que elegimos y en el perfume que nos aromatiza, el cinturón que nos adorna y el pantalón que nos ajusta; cada estilo es único y refleja desde el tipo de actividades que realizamos hasta las aspiraciones más profundas.

Así, la imagen personal, al ser comparada con las tendencias de la industria de la moda, nos hace sentir que pertenecemos a un segmento de la comunidad, brindándonos la oportunidad de identificarnos con un grupo. A su vez, al sentirnos atraídos por un diseño específico nos diferenciamos del resto, demostrando que somos capaces de expresar nuestra personalidad a través de una combinación única. Entonces, vamos entretejiendo una relación con la sociedad a partir de nuestra identidad que se refleja en nuestra imagen en conjunto. Pero, ¿y si hoy no veo a nadie? ¿vale la pena dedicar tiempo adicional al clóset?

Es normal que cuando no existe una obligación para salir de casa -o al estar seguros que la salida en cuestión no implica muchas miradas- no pongamos el mismo énfasis en nuestra apariencia que al asistir a algún evento social. El resultado varía según la ocasión que se presenta (o en caso de que no se presente ninguna), pero la pregunta honesta es ¿para quién me arreglo? Es fácil perder el gusto por enfatizar la proyección del gusto personal si no existe una sociedad para reflejarse. La intención se distrae si el espejo social no nos devuelve la mirada. Recordemos que, aún sin la retroalimentación del entorno, tenemos la capacidad de vernos a nosotros mismos, de oler nuestro aroma, percibir la textura de la ropa. Aún sin nadie alrededor, tenemos la obligación de sentirnos cómodos ante nuestros propios ojos, no es necesario salir para estar a gusto con uno mismo; porque actuar de manera voluntaria para uno mismo demuestra amor propio y contagia positivismo.

La belleza comienza con la decisión de ser uno mismo

Coco Chanel

¡Pero qué ansiedad!

¡Pero qué ansiedad!

Imprevistos, contratiempos y eventos no planeados son solo algunas de ejemplos que nos hacen perder el control de nuestra rutina, pero que de una u otra manera debemos afrontar. Cada uno de estos eventos nos genera diferentes emociones, generalmente frustración o cambios de humor, y en la mayoría de los casos hay denominador común: la ansiedad.

De acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española, se define como un estado de agitación o inquietud en el ánimo, traducida en angustia que no permite encontrar alivio. Y según las experiencias de las personas, es una sensación incómoda que nos impide funcionar adecuadamente debido a la sudoración, palpitaciones y pensamientos recurrentes (muchas veces fatalistas) que acarrea.

La ansiedad es una respuesta involuntaria que se desencadena de manera neurológica, fisiológica y psicológica ante los situaciones que nos estresan. Estos estímulos pueden ser imaginarios, como pensar en “hubieras” que nos angustien o hipótesis fatalistas; o también pueden ser desencadenados por hechos reales, como el tráfico o una crisis laboral. Si bien no existe una única manera de disparar la ansiedad, es muy fácil que se incremente y nos impida tener claridad.

En otras ocasiones la tenemos latente, aún no ha sido dirigida a un evento o a un pensamiento específico, pero hay algo en nuestro interior que nos inquieta. Entonces es cuando empezamos a buscar distractores, a veces en el refrigerador, a veces en el celular, que anestesien estos pequeños disparos de ansiedad. Incluso, es común confundirla con el aburrimiento o el ocio. Cuando tenemos el espacio para contactarnos con nosotros mismos, puede surgir de manera inesperada, ya que no siempre es fácil adentrarse en el interior y re-conocer aspectos ocultos de nosotros.

Lo que siempre resulta útil es identificar qué la dispara y hacer consciencia de lo que sentimos, de manera que dimensionemos el evento de la reacción. Así evitaremos conductas exageradas. Una clave efectiva es detener el pensamiento que nos inquieta y cuestionarnos si realmente es posible que ocurra. Después de responder “sí”, preguntémonos si es probable que eso pase: con ello le daremos cabida a la racionalidad que tendrá la función de disminuir radicalmente la ansiedad. Otro método efectivo es aprender técnicas de respiración que estén enfocadas en el presente, de manera que le restan atención a las sensaciones que nos inquietan.

Ante todo, la risa

Ante todo, la risa

Nos permite olvidar nuestros dolores, dejar a un lado nuestros pendientes y produce una ráfaga estimulante que nos da un respiro.

Reír es una gran herramienta, no sólo en momentos de estabilidad sino también durante las crisis, ya que nos permite tener otra perspectiva acerca de la realidad. Desde frases simples, imágenes readaptadas y situaciones cotidianas llevadas al extremo, el humor estimula áreas del cerebro que nos obligan a expresar en nuestro rostro una combinación de alegría con relajación. Una carcajada funciona como medicina ante situaciones que nos angustian o nos atemorizan, se convierte en una herramienta para sobrellevar días incómodos e incluso para generar empatía cuando no tenemos otro recurso de intercambio social. Además, nos presenta un sentido de pertenencia con la comunidad, se convierte en una cualidad para compartir y despertar emociones en el otro, por ejemplo, ser agradables.

Pero existe una línea muy delgada para convertir todo este positivismo en burla sin medida. Es muy fácil caer en el sinsentido, además de que en ocasiones la risa tiene el papel de enmascarar emociones que deberíamos confrontar. Si bien reírnos tiene efectos relajantes que permiten afrontar las derrotas o dificultades cotidianas, en ocasiones nos refugiamos en la burla exagerada para alejarnos de lo que realmente debemos resolver. Es decir, el humor puede tanto acercar como frenar el acceso a un crecimiento personal. De esta manera, justificamos dejar un asunto inconcluso ya que, al ser convertido en un chiste, no tiene la importancia suficiente como para que le dediquemos tiempo. Por ello, es necesario evitar que la risa distraiga nuestra atención de los obstáculos que debemos vencer.

Por otro lado, numerosos estudios demuestran que una buena carcajada reduce el estrés, relaja los músculos e incluso quema calorías al tiempo que produce neurotransmisores que generan sensaciones de bienestar. Entendiendo la risa como una herramienta de socialización y de aligeramiento, disfrutemos de sus beneficios fisiológicos y del cambio positivo que provoca en el humor. Hagamos de las sonrisas un aliado, y no otro obstáculo que consume nuestro tiempo negativamente.

Annie Leclerc
Feminista y escritora francesa.

¿Reír? ¿Acaso nos preocupamos alguna vez por reír? Quiero decir reír de veras, más allá de la broma, de la burla, de ridículo. Reír, goce inmenso y delicioso, todo goce…

Claves para unir a la familia durante la crisis

Claves para unir a la familia durante la crisis

Las posibilidades de realizar distintas actividades están radicalmente reducidas, entretener (o lograr productividad) con miembros de diferentes edades, intereses y necesidades resulta complicado, y puede llevar a conflictos que, en otro caso, serían evitables. Tal vez esta es una oportunidad para crecer como equipo, para enfrentar nuestras dificultades y recordar cómo apoyarnos. Aquí, una breve lista con ideas para contrarrestar el encierro:

  1. Rutina Establecer un orden diario es muy útil para evitar conflictos y tiempo de ocio. Al no saber qué hacer o hacia dónde ir, nos sentimos desorientados lo que ofusca el humor y la productividad. Para los pequeños de la casa es fundamental comprender que no son vacaciones y que sus labores escolares continuan, pero es necesario que un adulto les explique cómo proceder. Pegar una lista que señale la rutina (desayuno, hacer la cama, tiempo de trabajo, descanso, ejercicio, etc.) puede ser una guía para todos.

     

  2. Repartir las tareas Pasar más tiempo en casa implica un aumento de los quehaceres. No es sólo lo del diario como hacer las camas, sino que también implica, por ejemplo, lavar más platos puesto que comemos más personas y más seguido en casa. Dividir estos trabajos, aunque sea de una forma muy básica, involucra a todos en el hogar y nos enseña a valorar cada rincón del mismo. Posiblemente, después de recoger tantas veces, cada quien se haga responsable de su propio tiradero.

     

  3. Dar tiempo limitado de esparcimiento Si bien el lapso para “no hacer nada” es muy importante para el descanso, para la evolución de la creatividad e incluso para la resolución de problemas, es necesario que este espacio tenga un encuadre. De no ser así, las tareas cotidianas y la productividad pueden resultar afectadas. Una opción es dar varios espacios de ocio pero con un tiempo designado.

     

  4. Utilizar los recursos tecnológicos a nuestro favor En esta situación es muy fácil abusar de Internet y de todas las posibilidades que nos ofrece, tanto para entretenernos como para laborar. Seamos conscientes del tiempo de uso de los dispositivos disponibles en casa, y no seamos esclavos de los mismos. Los aparatos están a nuestro servicio, y no a la inversa.

     

  5. Paciencia, tolerancia y empatía Cada miembro experimenta las situaciones impredecibles de diferente manera: algunos se sienten ansiosos, otros se enojan, muchos se preocupan; pero lo que sí es verdad es que la incertidumbre puede hacernos reaccionar de maneras que desconocíamos. Tratar de hablar acerca de cómo nos sentimos (ojo, se trata de las emociones que nos despierta, no de hipótesis a futuro sin fundamentos), cómo han cambiado nuestras expectativas y las emociones que experimentamos puede abrir un espacio de vinculación familiar importante, además de reducir la angustia y saber que otros miembros se sienten así.

     

  6. Confrontar y resolver Vivir en conjunto no es fácil, y menos durante largos periodos indefinidos. Quizás algunos conflictos encuentren la ventana para tratar de ser recordados, o incluso repetidos, aunque hayan pasado años de su existencia. Probablemente sea un buen momento para enfrentarlos; y no sólo eso, sino también para resolverlos: hay tiempo, está el espacio y, definitivamente, también los involucrados. El objetivo es hacerlo desde la intención de construir y no de reprochar.

     

  7. Divertirse Estamos todos subidos en el mismo barco y con los seres que más amamos. Si no aprovechamos este momento para reírnos, para encontrar oportunidades de diversión y para volver a vincularnos. Desempolvemos los juegos de mesa, pasemos más tiempo sentados después de comer, retomemos los chistes internos… que sin la risa, todo es una tragedia.
Hacer una pausa

Hacer una pausa

Vivimos desbordados de compromisos, trabajo y tráfico. Los requerimientos para “estar bien” nos desbordan de manera temporal y emocional… La pausa “obligada” a la que estamos sometidos puede tener mayores beneficios de lo que pensamos.

¡Alto a todos! Dictaminaron los noticieros. Dejen de moverse, suspendan sus rutinas, recomendó la sociedad. Eviten a toda costa el contacto social. Limiten las salidas de casa. #yomequedoencasa #quedateencasa nos recuerdan las redes sociales para evitar el contagio. Los colegios, comercios y trabajadores buscan la manera de adaptarse para que nos quedemos resguardados. Sabemos que el aislamiento es la única medida efectiva para evitar el contagio masivo, pero ¿qué pasa en nuestro interior cuando se acalla el ruido exterior?

Acostumbrados al ritmo citadino que nos exige estar en un lugar a una hora específica a pesar del tráfico, luchando por completar pendientes que siempre son sucedidos por otros, rara vez tenemos la oportunidad de estar con nosotros mismos. No estamos acostumbrados a escucharnos, nos cuesta trabajo convivir con nuestras propias familias, y ni se diga con nosotros mismos. El trabajo sirve, sí para mantenernos, pero también para distraernos de nuestros pensamientos. El cuerpo nos habla, y no sabemos escucharlo, por eso llegan los síntomas. Estamos tan apresurados por cumplir con tareas interminables que casi nunca tenemos la oportunidad de sentirnos como seres humanos, de afrontar nuestras necesidades individuales.

Hoy hay menos ruido en las calles. Hoy no tenemos que atravesar la jungla de automóviles para llegar a ningún lugar. Hoy es momento de hacer una pausa, de escuchar la paz. Aprovechemos esta circunstancia para conectarnos con nuestros pensamientos. Silenciemos los memes que llegan repetidos en los chats y detengamos la serie, que seguirá esperando cuando queramos retomarla, para darnos un instante.

¿Qué pasa cuando nos escuchamos? ¿si no hay ruido para interrumpir el camino de nuestras emociones hacia nuestra conciencia? ¿cuando no tenemos pendientes para anestesiar nuestro humor? Podríamos llegar a profundizar en nuestro ser y, en base a nuestro autoconocimiento, tomar mejores decisiones. Hoy tenemos la oportunidad de dejar de llenarnos del exceso exterior para tocar nuestras emociones. Encontremos en la crisis el área de oportunidad, cedámosle el turno al optimismo. Podemos sentir, meditar, relajarnos, dormir cinco minutos más. Disfrutemos nuestra estancia en casa, amemos el techo y el cuerpo en el que vivimos, abracemos nuestra mente como un hogar. Organicemos los cajones y los closets, acomodemos las repisas, liberemos las emociones estancadas y responsabilicémonos por nuestro desorden. Tal vez sea un buen pretexto para ordenar nuestro interior también. Es momento de aprovechar los recursos tecnológicos para aprender sobre el tema que siempre nos había interesado, para ver las fotos viejas con la familia y, ¿por qué no? también para explorarnos como seres humanos. Tenemos tiempo, vivámoslo al máximo (desde casa, por supuesto).

PAUSA
Mario Benedetti

De vez en cuando hay que hacer una pausa
contemplarse a sí mismo sin la fruición cotidiana
examinar el pasado rubro por rubro etapa por etapa baldosa por baldosa
y no llorarse las mentiras sino cantarse las verdades.

El pánico que nos infunda el COVID-19

El pánico que nos infunda el COVID-19

Hay más dificultad para decidir si salir o no de casa que el porcentaje de pacientes con complicaciones. Y nuestra única vacuna eficaz ha sido el humor.

Si bien existe infinidad de medios que nos indican -o nos confunden- sobre cómo debemos reaccionar, en pocos lugares podemos hallar algo que nos reconforte. Es cierto que el Coronavirus es contagioso, que la pandemia ocurre a nivel internacional y que el sistema de salud duda de su capacidad para contenerlo o incluso curarlo, pero entrar en pánico no va a resolver nada.

Circulan videos violentos que culpan a alguna etnia en particular tratando de demostrar el trato subhumano hacia las personas que podrían estar infectadas. Pero no muestran la fecha: son de hace más de 5 años y no tienen relación alguna con este evento. Algunos locales han quedado en desabasto porque hemos aprendido que ante la incertidumbre debemos colmarnos de víveres que no nos faltan -y que le estamos quitando a quienes realmente los necesitan-. Todas las conversaciones son acerca de los síntomas, medidas preventivas y especulaciones terroríficas a futuro. Reflejo de la desinformación y el miedo que sentimos es la cantidad de imágenes, textos y Voicenotes que invaden en los chats. Y eso, gente, es la verdadera enfermedad: creer en información no verificada y difundirla, reaccionar con nuestros impulsos y dejarnos llevar por el pánico.

Yo más bien cuestiono: Coronavirus, ¿a qué has venido? Hagamos una pausa un instante. Observemos a nuestro alrededor cómo el miedo se filtra entre los chistes impidiéndonos pensar con claridad. En crisis como el temblor o la influenza la gente ha reaccionado de manera más empática y amable, comprendiendo la situación. ¿Has venido, pequeño mutante contagioso a recordarnos eso? Quizás es momento de poner a prueba nuestras habilidades para adaptarnos, para dejar de ser egoístas y no seguir pensando que tenemos todo garantizado. ¿Por qué seguimos saliendo a la calle a terminar con nuestros pendientes? ¿Qué nos hace pensar que somos inmunes o que necesitamos comprar tanto?

Es momento de aceptar nuestra vulnerabilidad como seres humanos y protegernos como sociedad. Aprovechemos las herramientas que la tecnología nos provee hoy, dejemos de infundir el pánico y valoremos la salud que tenemos hoy. Cada pequeña acción significa una diferencia para la sociedad. Cooperemos.

Ventajas de la psicoterapia en línea

Ventajas de la psicoterapia en línea

Dirigirnos cara a cara con nuestro interlocutor no es la única opción para expresar lo que sentimos: también tenemos la alternativa del intercambio de información a través de Internet. El correo electrónico, los chats, las redes sociales y las cámaras web son medio capaces de hacernos sentir la cercanía con quienes nos rodean.

Gracias a los avance tecnológicos la distancia se ha acortado, las relaciones se han transformado, incluso en la ámbito emocional. Podemos constatarlo en la búsqueda de pareja, amigos o empleo. Nuestra vida también transcurre en el medio cibernético, no es un evento apartado de nuestra cotidianeidad, y no podemos dejar de lado nuestro bienestar. La realidad humana ocurre antes y después de la existencia de Internet, y es momento de convertirnos en parte de esta evolución.

Chefs, abogados, diseñadores, escritores y otros profesionales han logrado adaptarse a esta forma de comunicación, y ello no excluye a los psicoterapeutas. Si nos vamos de viaje, vivimos lejos de nuestro psicólogo o nos hace falta tiempo, los kilómetros que nos separan no son argumento válido para suspender la terapia. La sociedad actual nos ha llevado a buscar nuevas alternativas para sanarnos, pero debe estar seguros de tratar con alguien capacitado para apoyarnos.

Con el ritmo acelerado del mundo en el que vivimos, no sólo se reduce la posibilidad de asistir personalmente a una sesión terapéutica, sino que el tráfico y la demanda laboral aumentan el riesgo de padecer estrés, ansiedad, depresión y un sinfín de afecciones emocionales y psicológicas que necesitan ser tratadas. Incluso, las terapias en línea pueden ser una respuesta para las personas que son muy tímidas o se sienten avergonzadas al iniciar un tratamiento.

La relación entre el paciente y el terapeuta se da con la misma efectividad que en una terapia presencial: el psicólogo guía al paciente a descubrir sus herramientas internas que lo lleven a una independencia emocional. Ahora es el momento adecuado para empezar a explorar alternativas que nos lleven a la salud. Siempre es el tiempo para empezar a amarnos y fortalecernos.

El pánico que nos infunda el COVID-19

¿Cómo sé que debo ver a un psicólogo?

¿Problemas? Todos tenemos problemas. En diferentes medidas, formas y afectaciones, pero todos nos hemos sentido incómodos, adoloridos o con la sensación de que no podemos avanzar. Sabemos cómo es esa pesadez que nos impide seguir, va más allá de la flojera normal. En ocasiones puede pasar que tenemos una idea en la cabeza dando vueltas que no nos permite concentrarnos en el trabajo o las tareas cotidianas más simples. A veces, sentir que no somos suficientes, que nuestro esfuerzo no basta y sentir que un alfiler es más grande y más útil que uno mismo, nos ha invadido a todos.

¿Qué hacer con esa maraña de emociones no resueltas, que estorban?

Primero, es necesario entender lo que estamos sintiendo, distinguir una emoción de una circunstancia y abrazar lo que nos ocurre en nuestro interior. Pero la realidad es que no siempre podemos hacerlo solos. Y está bien. Está bien sentirse mal y está bien pedir ayuda. Empezar un tratamiento psicológico no está reservado exclusivamente para aquellos que tienen problemas -todos los tenemos-, Es para quiénes están listos para resolverlos, para hacerse cargo de sus emociones. El momento adecuado para consultar a un psicólogo es cuando te sientas capaz de enfrentar todos estos “problemas”. Cuando tengamos suficiente curiosidad para entender su origen y suficientes ganas para superarlos. Cuando queramos relacionarnos de manera distinta con el medio, y dejar de responsabilizar al otro por
nuestros problemas, es entonces, cuando es ideal consultar a un psicólogo.

Siempre y nunca es un buen momento para ir al psicólogo, hoy que sientes insatisfacción, que algo no funciona bien, es el mejor momento. Y es justamente eso lo que te distingue del resto, todos tenemos problemas, la diferencia es cuando tú quieres resolverlos para vivir en armonía.