Desde hace algunos meses hemos estado viendo una “realidad alterna” que nunca imaginamos. Al principio del confinamiento, pesábamos que existía una fecha de caducidad para el encierro. Si bien muchas personas descubrieron trastornos emocionales como ansiedad y depresión que antes no padecían, otros encontraron un oasis de tranquilidad en su ajetreada rutina. Algunos se han dado la oportunidad de hacer profundas introspecciones, sanando aspectos de su ser, culminando proyectos pendientes o descubriendo nuevas habilidades. Pensábamos que iba a ser un espacio temporal, y que fácilmente podríamos retomar la prisa, el tráfico y el excesivo gasto económico. Pero no es así. Y no sabemos hasta cuándo continuaremos así.
Ante estas circunstancias, la incertidumbre funciona como gasolina para hoguera que ha permanecido encendida dentro de casa, nublando las relaciones familiares con el humo o dejando consumir por el fuego parte de nuestra salud mental. Pero ya es momento de dejar de esperar un retorno a “la vida de antes”. Si logramos aceptar que aun no existe el plazo de vencimiento para la “nueve normalidad”, entonces la incertidumbre dejará de existir, puesto que nuestra energía estará en crear una nueva rutina con las posibilidades que tenemos, y no con las que añoramos.
El presente se determina en “antes de la pandemia” y en el “ahorita”, que rechaza la idea de que esta etapa será permanente, además de que desenmascara la expectativa de volver pronto al “antes”, aunque cada vez se disemina más lejano. Asumir el “ahorita” nos obliga a replantear la cotidianeidad y nuestro quehacer diario, ya que estamos inhabilitados para ser la persona que realizaba las tareas que nos conformaban como seres humanos. Es decir, si antes del confinamiento para alguien representaba parte de su identidad viajar o competir en algún deporte, ahora ese rutina resulta inalcanzable. Entonces, es válido cuestionar nuestra propia identidad, conformada a partir de lo que disfrutamos hacer, los planes que deseamos y el obstáculo que no podemos sacar.
En tanto las acciones que realizábamos eran parte de nuestra constitución como personas, y ahora carecemos de ellas, es válido sentirnos deseamparados, y sin entender hacia qué dirección debemos dirigirnos, puesto que nuestra identidad está sin objetivos. Al ser incapaces de afrontar el sin destino, podemos sentir ansiedad o incluso tristeza profunda. Ante estas circunstancias lo más recomendable es visitar a un psicólogo que nos ayude a encontrar de nuevo una dirección para que nuestra identidad pueda consolidarse de nuevo.
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